12 enero 2007

Desertización: enemigo oculto pero letal

En 1996 la ONU lanzó un macroprograma de 10 años para "garantizar agua potable al 80% de la población africana"; el fracaso hoy es evidente.

Del 6 al 17 de noviembre se celebró en Nairobi, capital de Kenia, la XII Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático. África es un continente muy vulnerable al recalentamiento de la tierra, incluso con efectos muy negativos para la salud. Un problema grave es el avance del desierto. Su extensión no sólo afecta a la desaparición de la cubierta vegetal, sino sobre todo a un cambio en la vida de las personas y a una fuente de conflictos por el control de los puntos de agua.

En la actualidad se están dando tensiones sociales y rivalidades políticas por el control del agua; uno de los casos más conocidos es el del Nilo: algunos países ribereños cuestionan el tratado firmado hace años con Egipto, asegurándole la llegada de un determinado caudal. En una reunión en París en 2004 analizando “El Congo: una herencia en peligro”, el director de la UNESCO señaló: “La desaparición lenta, pero irreversible, del frágil ecosistema de la República Democrática de Congo, representa una amenaza terrible y horrorosa para la población de esta nación y de toda la tierra”.

El fenómeno de la desertización afecta al 46 por ciento del territorio africano. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) prevé que para 2025 la tierra cultivable en el mundo habrá disminuido dos tercios, lo que supondrá un serio problema para la agricultura, que afectará a más de 250 millones de personas de 100 países. La Convención de las Naciones Unidas para combatir la Desertización (UNCCD), en una asamblea de principios de este mismo año, redactó un documento en el que afirmaba que este fenómeno contribuía a la inseguridad alimentaria, al hambre, a la pobreza y que podía ser fuente de tensiones sociales, económicas y políticas.
Desertización significa hambre para millones de personas

Las pérdidas agrícolas y ambientales causadas por la desertización se estiman en unos 42.000 millones de dólares. Su efecto más pernicioso es el hambre, que, según el Consejo Económico y Social de la ONU (ECOSOC), es padecida por 852 millones de personas en el mundo. La sequía persistente en África meridional hace que en nuestros días el número de necesitados sea de unos 10 millones de personas, mientras que en el Sahel se pronostica la muerte de unas 200.000 por el mismo fenómeno. En esta última zona, la plaga de langosta de 2004 produjo un déficit de 3 millones de toneladas de alimentos.

Las perspectivas no son muy halagüeñas y continuamente se están dando toques de atención para atajar el peligro que, sobre todo, se cierne sobre África. En 1999 un estudio impulsado por el Banco Mundial aventuraba que los 48 países de África subsahariana no podrían alimentar más que al 40 por ciento de su gente en el 2025, a menos que no cambiara la situación ambiental, que no es otra que el empobrecimiento de las tierras por la forma de cultivar, pasto abusivo, superexplotación del bosque y deforestación. Todas estas causas son las que aceleran la desertización.
Refugiados ambientales: 100 millones de personas

Acostumbrados a considerar sólo los aspectos económicos y ecológicos en la desaparición del espacio natural, olvidamos su impacto en el deterioro social de las comunidades. La Asociación de las Conferencias Episcopales de África Central (ACERAC), lo cita como uno de los factores negativos para su estabilidad. En la reunión de Malabo de octubre de 2003 lo afirmó explícitamente: “Vivimos en países ricos en recursos naturales... pero con una población pobre... La armonía es perturbada en ciertas comunidades por causa del alza de los precios de los artículos de primera necesidad, las reclamaciones de aumento de salario, el recrudecimiento de la prostitución, la perturbación de las costumbres y la destrucción del medio ambiente”.

Tal vez una de sus manifestaciones más visibles son los desplazamientos de la población debido a la alteración de los entornos naturales. Cada año, más de 100 millones de personas se ven obligadas a cambiar de lugar por esta causa. Son los “refugiados ambientales” que, tras agotar su propio hábitat, tienen que buscar otros más propicios. Se comienza alterando el bosque húmedo, éste se transforma en diferentes paisajes de sabana hasta que una costra de laterita hace improductivo el suelo. Las ciudades son otros espacios donde la naturaleza se ha degradado en su totalidad con la desaparición de la masa arbórea.

Disminución de las reservas acuíferas

El avance del desierto tiene como contrapartida negativa la desaparición del agua, con la consiguiente merma del nivel de los lagos y del caudal de los ríos. En el mundo hay 50.000 lagos naturales y 7.500 artificiales, encontrándose en África 677 de uno y otro género. Uganda es el país que más posee (69), seguido de Kenia (64), Camerún (59), Tanzania (49), Etiopía (46), etc. A la cola se sitúan Malaui (13), Botsuana (12) y Gabón (8). El total de todos los lagos africanos representan 30.000 kilómetros cúbicos de agua, o sea, el mayor volumen de todos los continentes.
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Además del agua, los lagos africanos suponen una importante fuente económica, al proporcionar nada menos que 1,4 millones de toneladas anuales de pescado. Pero la pérdida de nivel, la contaminación, la pesca incontrolada y el vertido indiscriminado de desechos causan un daño irreparable a este sector. Los casos más evidentes son los de los lagos Chad y Malaui. En éste último la biodiversidad está en tal riesgo, que muchas especies están en peligro de extinción. En septiembre de 2001, representantes de Mozambique, Tanzania y Malaui se reunieron para atajar este peligro, armonizando leyes para preservar el medio ambiente y conseguir un uso razonable del lago.

En octubre del año pasado tuvo lugar en Nairobi (Kenia) la Conferencia Mundial de los Lagos, que reunió a más de 500 expertos y científicos, encargados de estudiar una gestión correcta del agua dulce. Allí se presentó un Atlas sobre los mismos, realizado en su mayor parte con fotografías por satélite obtenidas en diferentes años. Un estudio de las mismas mostraba un descenso aproximado de 1 metro en su nivel. El director del PNUMA declaraba: “Espero que las imágenes hagan sonar la alarma en todo el mundo, pues si queremos superar la pobreza y lograr para 2015 los objetivos internacionalmente acordados, la gestión sostenible de los lagos tiene que ser parte de la ecuación”.

Se calcula que entre el 40 y el 60 por ciento del agua lagunar perdida se debe a la evaporación y filtración. Esto, unido a las causas anteriormente señaladas, han hecho que el Victoria haya bajado 1 metro su nivel desde principios de los años 90 hasta hoy, lo mismo que el Nakuru, que ha sufrido una intensa deforestación en sus orillas. La pérdida del Tanganica ha sido de 1,50 metros, también por la progresiva desaparición de árboles y el aumento de la temperatura.


Hace unos 6.000 años (en el Neolítico) el lago Chad tenía una extensión de unos 300.000 kilómetros cuadrados, y aún en el siglo XIII de nuestra era varios brazos llegaban hasta la región del Bahr, en Sudán, con un nivel que alcanzaba los 286 metros. En los años sesenta su extensión se había reducido ya a unos 25.000 kilómetros cuadrados, y, en la actualidad, tiene unos 14.000 kilómetros cuadrados de media, ya que varía de un año a otro según la pluviometría y las estaciones. Es decir, un 44 por ciento de pérdida de superficie en 45 años no es un signo muy esperanzador.
El Níger, reducido a un tercio

Con los ríos está pasando lo mismo. El Níger, con sus 4.200 kilómetros de longitud, ha reducido un tercio su caudal en los últimos treinta años. El Congo, de los 4.640 kilómetros de longitud, 1.600 los recorre en selva ecuatorial donde recibe precipitaciones anuales de 1.800 milímetros, asegurando una navegabilidad en casi 2.000 kilómetros. Si se deteriora esta selva, como está sucediendo en algunos puntos, su caudal medio de 50.000 metros cúbicos se vería seriamente reducido. Es lo que ha sucedido con el Senegal, cuyo caudal ha pasado de 24.000 a 7.000 metros cúbicos, por la destrucción que se ha hecho de los bosques de Futa Djalon, donde nace.

Y es precisamente la conservación de las montañas, donde se genera más agua, lo que en África está en peligro. El Kilimanjaro, por ejemplo, entre los años 1962 y 2000, ha perdido el 55 por ciento de sus glaciares. Sólo entre 1980 y 2000 ha desaparecido el 33 por ciento del hielo; si nos retrotraemos a 1912, la montaña ha perdido el 82 por ciento de su masa glacial. Parte de este deterioro se achaca a los más de 20.000 turistas que cada año la visitan, y que son la primera fuente de ingresos para Tanzania. En septiembre de 2005, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) destinó 10 millones de dólares para financiar estudios que permitan su conservación.

El periódico keniano Daily Nation publicó en septiembre de 2002 un artículo sobre el Monte Kenia y afirmaba que “se está acabando como fuente inagotable de agua”. Es una de las cinco reservas acuíferas del país, de la que dependen más de siete millones de personas. La su-perexplotación de los ríos que allí nacen, la destrucción de la vegetación, el cultivo de marihuana, el pasto ilegal y la reducción de sus doce glaciares son, según el periódico, las causas que están terminando con esta reserva. Añade, además, que el agua está generando conflictos entre pequeños y grandes granjeros y “entre todos y la fauna”.

Como se ve, África tiene algunas de las reservas acuíferas más grandes del planeta, pero, a pesar de lo acordado en la Conferencia del Milenio, para el año 2015 se prevé que 400 millones de africanos de 17 países padezcan importantes carencias y restricciones de agua, por no acometer las infraestructuras necesarias. La agricultura será el sector más afectado, puesto que consume el 88 por ciento del agua, y repercutirá muy negativamente en el equilibrio social, porque el 62 por ciento de los empleos está relacionado con las tareas del campo.

Desaparición de la flora y fauna autóctonas

La deforestación, con el consiguiente aumento del desierto, no sólo elimina la cubierta vegetal autóctona africana, sino que también favorece la entrada de especies invasoras, cuyo peligro aumenta por el comercio, viajes y transportes. Con ellas se introducen plagas de otros continentes que pueden atacar con dureza la vegetación africana. Según la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN), más de 12.000 especies naturales están amenazadas de extinción, entre ellas 1.164 plantas y 303 arbustos tropicales.


En la fauna es donde más se nota la degradación del suelo, puesto que sin una cobertura ambiental adecuada, los animales desaparecen. Sin remontarnos al Neolítico, cuando el Sahara estaba poblado por los grandes herbívoros y carnívoros africanos, hay que señalar que el mayor daño ecológico para África se ha producido a lo largo del siglo XX. Durante el mismo desaparecieron los antílopes del Sahara, y están fracasando los intentos para su reintroducción y conservación. Sólo algunos ejemplares pueden verse en parques zoológicos.
Madagascar: desaparece el bosque y especies animales aún no descubiertas

En Madagascar, el 75 por ciento de las 200.000 especies vegetales y animales de la isla no existen en ninguna otra parte del mundo. El caso de los lémures es el más típico, ya que sólo viven allí y se están descubriendo nuevas especies. A mediados del año pasado se encontraron dos de ellas: el lémur Mirza Zaza, del tamaño de una ardilla, y el lémur de Goodman, poco más grande que un ratón. El ecoturismo y la deforestación están amenazando su hábitat y poniéndolo en peligro de extinción. Con la desaparición del bosque, los depredadores de los lémures, especialmente perros y gatos, encuentran más facilidades para su persecución.

Rinocerontes, hipopótamos y elefantes son otras especies muy afectadas, ya que necesitan grandes extensiones de vegetación para su subsistencia. Para los gorilas se están ideando muchos planes de conservación. La ONG Conservación Internacional, que trabaja en favor de especies en peligro, dedicará a partir de este año 20 millones de euros para la creación de 12 zonas francas en Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial, República Centroafricana y República Democrática de Congo. Habrá 75.000 kilómetros cuadrados donde se ubicarán unos 15.000 gorilas.

Otro de los efectos importantes de la desertización es la desaparición de los humedales, esenciales para el mantenimiento de las aves migratorias y de otros animales. Muchos humedales han sido drenados para convertirlos en tierras agrícolas y han acabado convirtiéndose en suelos improductivos. Níger, por ejemplo, ha perdido el 80 por ciento de sus humedales en los últimos veinte años. El lago Songor de agua salobre en Ghana, donde viven y anidan miles de aves y donde se reproducen la tortuga verde y la olivácea, se está empequeñeciendo con gran rapidez por la producción intensiva de sal, con la posible extinción de estas dos especies.
La burocracia no ayuda a la acción

En el mundo se gastan menos de 7.000 millones de dólares anuales para proteger el medio ambiente, cuando se piensa que harían falta más de 30.000 millones. En África hay muchas organizaciones interregionales, donde está implicada la mayoría de los países, algunos de cuyos objetivos tienen como finalidad la preservación del medio ambiente: “Comisión del lago Chad”, “Organización para la puesta en valor del río Senegal”, “Comité interestatal de lucha contra la sequía en el Sahel”, “Organización para la revalorización del río Gambia”, “Autoridad de la cuenca del río Níger”, “Autoridad intergubernamental contra la sequía y el desarrollo”, etc.

Hasta agosto de 2005, treinta países africanos habían adoptado un programa nacional contra la desertización. Pero tanto en el caso de las organizaciones como en el de los países, la falta de recursos y el poco empeño de las autoridades reducen a nada las medidas programadas. Ya en 1996, la ONU lanzó un programa de 10 años para África, dotado con 25.000 millones de dólares, en el que movilizó a todas sus agencias (FAO, ACNUR, UNICEF, OMS...) para “reorientar los recursos existentes a nivel nacional e internacional...” Entre sus objetivos estaba: “Garantizar, al menos, al 80 por ciento de la población el acceso al aprovisionamiento de agua potable...”
Este año se cumple el vencimiento del plan y África está más sedienta y más seca que entonces... La burocracia no es una barrera eficaz contra el avance del desierto.

Jose Luis Cortés
Mundo Negro


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